Canto a Inanna.

Hoy, en la clase de literatura universal, nuestra profesora nos ha leído un poema llamado: Canto a Inanna. Este poema, es en realidad un rezo a la diosa Egipcia Inanna y está escrito por Enheduanna, la primera persona en firmar su propia obra. 

He subrayado en rosa los versos que, a mi parecer, son más interesantes. 

CANTO A INANNA.  


Reina de todos los poderes concedidos

Desvelada cual clara luz

Mujer infalible vestida de brillo

Cielo y tierra son tu abrigo

Eres la elegida y sacrificada, Oh tú

Grandiosa por tus galas

Te coronas con tu bondad amada

Suma sacerdotisa, eres justa

Tus manos se aferran a los siete poderes fijos

Mi reina, la de las fuerzas fundamentales

Guardiana de los orígenes cósmicos y esenciales

Tú exaltas los elementos

Átalos a tus manos

Reúne en ti los poderes

Los unificas en tu seno

Como un dragón que echa fuego

Te expandes como  la tormenta

Cual semilla languideces en el suelo

Eres río henchido que se precipita bajo la montaña

Eres Inanna

Suprema en el cielo y la tierra.


Este poema me ha resultado muy bonito e interesante ya que, aunque no deja de ser religioso tiene un estilo muy estético y melódico, casi como si fuera una canción más que un poema. Me parece muy interesante que, Enheduanna vea a esta diosa como diosa de todo ("Tus manos se aferran a los siete poderes fijos"), ya que Inanna es la diosa sumeria del amor, la sensualidad, la fertilidad, la procreación y también de la guerra. Lo que me transmite con ello es que se opina del amor y la guerra como si definiera todo en el universo y, esa idea es la que me atrae bastante de este poema.


He escrito una historieta no muy larga inspirada en este poema que me encantaría compartir, así que espero que disfrutéis dentro de mi imaginación.


Un viejo y un niño.

Estábamos perdidos. La arena llevada por el viento nos nublaba la vista y el sol no dejaba de seguirnos allá donde íbamos. Mi padre, llevaba una cantimplora vieja que mi abuelo le dio en su lecho de muerte, pero era inútil porque no quedaba ni una gota de agua. Lo único que nos mantenía con vida era la esperanza de que hubiera algo detrás de kilómetros de arena, eso que siempre nos habían prometido nuestros dioses tan sagrados. Pasamos días y noches andando para encontrar la ciudad llena de oportunidades, porque nuestra tierra había sido tomada y ya no había esperanza allí. Pero no la encontrábamos. Mi padre viejo y débil cada vez podía andar menos tramos y yo no podía más. Cuanto más débil era nuestra esperanza más alta era nuestra fe en los dioses. Mientras descansábamos de noche recé un antiguo poema dedicado a la diosa Inanna que me cantaba mi madre de pequeño y quedé dormido de puro cansancio. Ala mañana siguiente cuando el sol comenzaba a arder, mi padre me despertó gritando. Apenas a diez millas se encontraba la ciudad más increíble que había visto nunca. Desde entonces le guardo ese secreto a la diosa Inanna, quien decidió ayudar a un viejo y un niño. 



Alana Huertas Díaz





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