LOS VIAJES DE GULLIVER. JONATHAN SWIFT
Hoy en clase de literatura hemos leído un fragmento de Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. En este fragmento, los diminutos le hacen a Gulliver una especie de contrato con unas normas que debe seguir si quiere quedarse en su pueblo.
hacia los confines del globo; monarca de todos los monarcas, más alto que los hijos de los hombres, cuyos
pies oprimen el centro del mundo y cuya cabeza se levanta hasta tocar el Sol; cuyo gesto hace temblar las
rodillas de los príncipes de la tierra; agradable como la primavera, reconfortante como el verano, fructífero
como el otoño, espantoso como el invierno. Su Muy Sublime Majestad propone al Hombre-Montaña,
recientemente llegado a nuestros celestiales dominios, los artículos siguientes, que por solemne juramento él
viene obligado a cumplir:
Primero. El Hombre-Montaña no saldrá de nuestros dominios sin una licencia nuestra con nuestro gran sello.
Segundo. No le será permitido entrar en nuestra metrópoli sin nuestra orden expresa. Cuando esto suceda,
los habitantes serán avisados con dos horas de anticipación para que se encierren en sus casas.
Tercero. El citado Hombre-Montaña limitará sus paseos a nuestras principales carreteras, y no deberá
pasearse ni echarse en nuestras praderas ni en nuestros sembrados.
Cuarto. Cuando pasee por las citadas carreteras pondrá el mayor cuidado en no pisar el cuerpo de ninguno
de nuestros amados súbditos, así como sus caballos y carros, y en no coger en sus manos a ninguno de
nuestros súbditos sin consentimiento del propio interesado.
Quinto. Si un correo requiriese extraordinaria diligencia, el Hombre-Montaña estará obligado a llevar en su
bolsillo al mensajero con su caballo un viaje de seis días, una vez en cada luna, y, si fuese necesario, a
devolver sano y salvo al citado mensajero a nuestra imperial presencia.
Sexto. Será nuestro aliado contra nuestros enemigos de la isla de Blefuscu, y hará todo lo posible por
destruir su flota, que se prepara actualmente para invadir nuestros dominios.
Séptimo. El citado Hombre-Montaña, en sus ratos de ocio, socorrerá y auxiliará a nuestros trabajadores,
ayudándoles a levantar determinadas grandes piedras para rematar el muro del parque principal y otros de
nuestros reales edificios.
Octavo. El citado Hombre-Montaña entregará en un plazo de dos lunas un informe exacto de la
circunferencia de nuestros dominios, calculada en pasos suyos alrededor de la costa.
Noveno. Finalmente, bajo su solemne juramento de cumplir todos los anteriores artículos, el citado Hombre-
Montaña dispondrá de un suministro diario de comida y bebida suficiente para el mantenimiento de 1.724 de
nuestros súbditos, y gozará libre acceso a nuestra real persona y otros testimonios de nuestra gracia. Dado en
nuestro palacio de Belfaborac, el duodécimo día de la nonagésimaprimera luna de nuestro reinado.
...
Esto me ha hecho pensar en la buena reacción que tienen los diminutos, ya que le ven como a un Dios, pero ¿qué pasaría si no lo hubiesen tomado así? He escrito un pequeño texto con mi propia interpretación de esa situación tan curiosa que presenta Jonathan Swift en su novela:
Me encontré en Liliput pero no me dejaron entrar y, aunque sus diminutas armas se sentían como suaves pinchazos en mi piel decidí que lo mejor no era entrar en esa ciudad, si no intentar hablar con el emperador de este pequeño lugar.
Gulliver en Liliput.
Nada más acercarme a él comenzó a gritar y se desmayó durante unos segundos que apenas fueron medio minuto. Cuando el señor de un palmo que estaba al lado suya consiguió que volviera en si, dándole su buen baso de aquella sustancia no recomendable para conducir, el emperador llamado Golbasto Momaren Evlame Gurdilo Shefin Mully Ully Gue se decidió sobre qué hacer con aquella situación tan complicada en la que nos hallábamos. Sacó un papel de papiro más grande que el, me aventuro a decir, y escribió en tinta de una buena pluma unas frases que no logré distinguir. Una vez terminó su discurso, colocó aquel enorme papel en las garras de una paloma con ayuda de otros hombrecitos que parecían más hábiles. Cuando la paloma volvió comenzaron a sonar tambores con ritmo constante, que daban señales de guerra. El pequeño emperador aterrado por mi presencia en su diminuta ciudad, había avisado a sus guerreros más condecorados, ya que estaban en presencia del diablo. Salí corriendo de allí, hacia mi barco más preciado, pero cuando llegué lo habían atacado. ¿Quién iba a pensar que esos diminutos eran tan fuertes? Yo no, todo lo que se es que ahora me encuentro prisionero, en un lugar que me queda a mi estrecho, pero al resto de hombrecitos, les sobra, un trecho.
Alana Huertas Díaz
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