LA NEGACIÓN DE LA MUERTE.
En la clase de literatura universal de hoy hemos leído un fragmento de una obra llamada El extranjero escrita por Albert Camus. En esta parte de la obra el protagonista cuenta como sobrelleva la muerte de una mujer que es su madre. Esto es interesante, ya que el protagonista nos permite ver su mentalidad y su reacción a una situación tan extrema.
Este fragmento me ha recordado a un artículo de psicología que leí hace poco. Este artículo es interesante, ya que explica por qué nosotros como seres humanos constantemente negamos la muerte. En el artículo se menciona que la muerte es nuestro principal motivo para seguir viviendo porque la idea de esta nos asusta y preferimos seguir viviendo a lidiar con la muerte. Si bien generalmente tenemos la idea de que cuando alguien cercano fallece debemos llorar, estar tristes y lidiar con una serie de emociones que se asocian a la pérdida de personas que queremos, este miedo totalmente irracional que siempre está presente ya sea en menor o mayor medida puede hacer que a menudo la neguemos.
Entonces ¿cómo se relaciona esta respuesta psicológica con la obra de Albert Camus? Si leemos bien la obra fijándonos en las respuestas del protagonista podemos ver como él no parece apenas afectado por la muerte de su madre. Si seguimos lo que menciona el artículo se puede deducir que el miedo a la muerte es tan grande en el protagonista que prefiere negarla, ya que pesar en la ausencia de nuestros seres queridos nos hace ser más conscientes de la muerte. También, podemos saber que niega la muerte de su madre, porque da respuestas cortas que no puedan dar pie a continuar una conversación sobre su madre. Por último, el mismo personaje principal dice: "Dije «sí» para no tener que hablar más" en la última línea dando a entender esto último de no querer tener una conversación sobre su madre ya fallecida.
Os dejo el fragmento al final y espero que os haya gustado:
EL EXTRANJERO. ALBERT CAMUS.
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas
condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa
manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una
excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no
debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las
condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera
muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial.
Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre. Todos se condolieron
mucho de mí, y Celeste me dijo: «Madre hay una sola.» Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco
aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El
perdió a su tío hace unos meses.
Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a
gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto. Y cuando desperté, estaba apoyado contra un
militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos. Dije «sí» para no tener que hablar más
Alana Huertas Díaz
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